martes, 16 de febrero de 2010

Lo primero que hay que decir es que el marxismo es un humanismo, en el sentido que pretende la transformación de los hombres cambiando su manera de trabajar; y es que Marx encuentra al ser humano primero como ser material y segundo como ser alienado.
Es material porque es producto de la materia: El ser humano es un animal que trabaja, y en el trabajo está en su categoría permanente. Tal es así que las condiciones de vida material condicionan el modo de producción. O sea, el hombre es lo que es su economía, es un ser económico. La economía forma la estructura del edificio social donde se sujeta toda la superestructura que no son nada más que nuevas formas de alineación generadas para apuntalar el modo de producción dominante: alineación religiosa, política, filosófica.
El ser humano es preocupación fundamental de Marx y toda su filosofía gira en torno a la recuperación de la dignidad humana y la eliminación de las contradicciones del mundo capitalista. Marx ve que la economía o el modo de producción no sólo condiciona sino que determina todo lo demás que existe: la política, el derecho, la ideología… por eso, para recuperar al hombre hay que actuar sobre la economía. La revolución comunista es la solución.
Otro concepto muy importante para explicar la condición humana es el concepto de alienación. Marx emplea este término para designar la pérdida de la esencia humana a favor de un objeto exterior al mismo hombre. La principal alienación es la económica que se presenta en diferentes formas: la alienación en el trabajo, en el acto mismo de trabajar, la alienación del propietario…Pero también en la sociedad capitalista aparecen muy desarrolladas las otras formas de alienación que forman parte de la superestructura como por ejemplo la alienación religiosa, introducida ya por Feuerbach, que coloca el sentido de la vida humana fuera de nosotros, en el más allá, en Dios. La alienación política hace que la actividad pública se vea desplazada hacia el interés privado para mantener los privilegios, o la alienación ideológica que mantiene las ideas como justificación del estado capitales.

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