viernes, 9 de enero de 2015

EL PENSAMIENTO REVOLUCIONARIO DEL CHE

 
 





Fernando Martínez Heredia (Cuba)

Les agradezco mucho la oportunidad de compartir con ustedes esta actividad, dentro de la jornada Camilo-Che que están realizando. Entre tantos ejemplos y enseñanzas que nos ha legado el Che, hablaré de su pensamiento, que me parece una contribución fundamental para enfrentar nuestros problemas y para perfilar mejor nuestro proyecto.
Ernesto Che Guevara fue un hombre de pensamiento y un hombre de acción. Parecía destinado a ser lo primero, desde los días infantiles en que aquejado duramente por el asma aprendió el francés con su madre y leía en ese idioma a los clásicos de la novelística de aquel país. O por sus lecturas y anotaciones de adolescente interesado en las ideas sociales y en la filosofía. El joven médico sentía gran vocación por la investigación –y publicó algún artículo en ese campo-, aunque después sometiera a esa dedicación a la suave burla que solía emplear respecto a sus cualidades. Ernesto quiso dedicar su vida a los enfermos más humildes y desamparados, pero muy pronto comprendió que su lugar estaría en el combate contra las causas sociales del desvalimiento y la opresión. Se enroló en México con Fidel y el movimiento revolucionario cubano, vino en el Granma y su actuación tan destacada lo convirtió en uno de los héroes de la guerra y uno de los dirigentes rebeldes.
Desde el triunfo de 1959 en adelante desempeñó una multitud de tareas en las fuerzas armadas, el Estado y la organización política de la Revolución, y el pueblo lo reconoció y lo amó como uno de los protagonistas del proceso. A partir de mayo de 1965, como sabemos, volvió a ser sobre todo un hombre de acción, al frente de acciones internacionalistas en el Congo y en Bolivia. Pero a lo largo de esa trayectoria tan intensa nunca había dejado de ser un hombre de pensamiento. A la espera de las acciones y durante toda la última campaña guerrillera de su vida no dejó de estudiar y pensar acerca de los problemas fundamentales del mundo, de la revolución y del socialismo.
El Che es uno de los principales pensadores revolucionarios de toda la historia de Cuba. Siempre reconoció el liderazgo y las enseñanzas de Fidel, y entre ellos se forjó una unión política e intelectual indestructible. Pero en el curso de la Revolución cada uno fue asumiendo tareas específicas respecto a las ideas. Fidel puso su pensamiento al servicio de su tarea central de gran conductor político del pueblo y del proceso, y de educador popular de la gran masa de la nación. El Che, en medio de su infatigable actividad práctica, profundizó en los análisis políticos, económicos, ideológicos e internacionales, y en la teoría revolucionaria. Quisiera enfatizar que el Che pensador es continuador de José Martí, el hombre excepcional que fue el primero en el mundo en hacer una crítica de la modernidad colonialista y de sus bases materiales, políticas e intelectuales, el líder político que planteó y demostró que las revoluciones cubanas solo son factibles si se va más lejos de lo que parece posible y necesario. Y que el Che es continuador de Antonio Guiteras, que supo practicar y formular un socialismo insurreccional cubano, antimperialista y antiburgués, el revolucionario que inició en los años treinta una experiencia dirigida a que la conciencia socialista obtuviera un avance decisivo mediante la práctica. En su último escrito público, el Mensaje a los pueblos desde la Tricontinental, el Che se encomendó a Martí; su análisis acerca de Guiteras, de mayo de 1961, es un discurso iluminador de cuestiones esenciales, pronunciado tres semanas después de Girón.
Para ser viable y verdadera, la revolución triunfante en Cuba en 1959 tenía dos necesidades: romper los límites de una democratización que la habría dejado dentro del capitalismo neocolonial, y abrirle paso al pueblo como protagonista. Sus ideas, para ser útiles, debían romper las cárceles del democratismo previo sin justicia social y sin proyecto nacional viable, y romper las prisiones del marxismo reformista y dogmático. En la gran revolución de los hechos y las ideas que irrumpió entonces, Fidel fue la figura central; el Che, protagonista junto a él, emprendió también una tarea teórica que debía dar frutos mucho más avanzados que los correspondientes a la reproducción espiritual esperable de la vida social. Desde el inicio, el Che se vio ante la necesidad de hacer la más profunda crítica de la modernidad, mientras luchaba junto a todos en tres frentes principales: la defensa de la Revolución; lograr que el país funcionara bajo el nuevo poder; y poner al alcance de todos los cubanos la satisfacción de las necesidades básicas y otros avances.
La ideología y las teorías más en boga durante los años sesenta en el Tercer Mundo respecto a proyectos nacionales eran las del desarrollo, basadas en que la economía del país en cuestión alcanzara un determinado grado de suficiencia respecto a indicadores más o menos análogos a los de los países centrales del sistema capitalista. El desarrollo era el anhelo de muchos millones de personas que vivían la descolonización en África y Asia, o el fortalecimiento del Estado y de sectores empresariales de la economía en América Latina.
“La técnica se puede usar para domesticar a los pueblos, y se puede poner al servicio de los pueblos para liberarlos” (1). El Che parte de una disyuntiva fundamental, y hace una afirmación. El crecimiento económico no traerá por sí solo ningún avance social para las mayorías, y las modernizaciones bajo un régimen de dominación traen consigo, en el mejor caso, la modernización de la dominación. La actividad liberadora es lo decisivo, ella es la que será capaz de darle un sentido a las fuerzas sociales económicas. Esa afirmación tiene consecuencias trascendentales, define una posición dentro del campo de las ideas y expresa una tesis que sigue siendo válida. El carácter de una revolución no está determinado por la medición de la estructura económica de la sociedad, sino por la práctica revolucionaria (2). Ella es la única que puede ser creadora de condiciones para el cambio, y de realidades nuevas. Desde la segunda mitad del siglo XX, la mundialización del imperialismo está acompañada por la mundialización de la conciencia revolucionaria, y eso modifica el alcance de la revolución posible en cualquier país. Movilizar y concientizar a los oprimidos, luchar con medios y modos radicales, tomar el poder y utilizarlo con nuevos fines, son las tareas de la época, para que sea posible conquistar un desarrollo de las personas y la sociedad que no consistirá en el desarrollo, sino en la liberación (3).
Al hacerse socialista de liberación nacional, la revolución cubana estaba descubriendo a través de sus prácticas que en las condiciones desventajosas de la mayoría de los países del mundo la transición socialista y el proyecto de sociedad a crear están obligados a ir mucho más allá de lo que su “etapa del desarrollo” supuestamente le permitiría, a negar que la nueva sociedad sea el resultado de una evolución que ya no cabría en el capitalismo, y que con sólo expropiar sus medios de producción se pueda “superarlo”. Es decir, les es preciso trabajar por la creación de una nueva cultura, que implica una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeñan en cumplir tareas imprescindibles con sus prácticas más inmediatas, urgentes e ineludibles. El socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su “correspondencia con las relaciones de producción” y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva y de revoluciones sucesivas del propio proceso. A la primera revolución socialista autóctona de Occidente, forjada en un medio capitalista neocolonial ligado íntimamente a la mayor potencia material, política y cultural imperialista del mundo, le ha tocado un papel muy importante en esta nueva fase de la mundialización de la revolución contra el capitalismo.
El Che tomó plena conciencia de lo anterior cuando apenas comenzaba a desplegarse el problema en Cuba, y emprendió una extraordinaria labor intelectual para identificar y formular las preguntas y los problemas principales, ayudar a fundamentar o a modificar las estrategias y las medidas; y, al mismo tiempo, generalizar, conceptuar y elaborar una concepción teórica, en un medio de lucha cuyos dirigentes habían sido rechazados por la teoría y sentían prevenciones frente a ella, y cuyos cuadros y miembros de fila tenían muy escasa preparación (4). A pesar de que la muerte interrumpió bruscamente su producción de madurez, la concepción marxista del Che es uno de los mayores aportes del pensamiento revolucionario en el siglo XX.
Marx logró plantear bien e impulsar la centralidad de la política en la actividad de la clase proletaria. Lenin y el bolchevismo produjeron el formidable avance de establecer un poder anticapitalista en un enorme Estado y darle un alcance mundial al movimiento. Medio siglo después, el Che formuló las líneas fundamentales de una política comunista eficaz. Resalto tres entre ellas: esa política debía ser realmente internacionalista y responder bien a dos exigencias, la de que el individuo es lo primordial y la del nexo íntimo necesario entre la política y la ética.
“El hombre es el actor consciente de la historia. Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo”, dice el Che en uno de sus textos fundamentales (5). El vínculo entre la revolución que deben experimentar en sí mismos las personas involucradas y la revolución a llevar a cabo en cada país y en el mundo es central en su concepción, y está por todas partes en sus escritos. El Che les demanda al dirigente y al militante revolucionarios una entrega total y numerosas cualidades, y hace una rigurosa exposición de los rasgos que debe tener la organización de vanguardia política. No se trata sólo de la necesaria eficiencia, es que la existencia y la actuación de dirigentes, revolucionarios y organización constituye un servicio vital para la causa de la liberación, que le da fuerza y sentido a los esfuerzos y los sacrificios de todos, y constituye una prefiguración de conductas y relaciones que todavía están lejos de ser mayoritarias en la sociedad. El Che mismo es ejemplo de lo que demanda, con una capacidad autocrítica sorprendente y ejemplar (6).
Pero no valora con el mismo rigor al conjunto de los trabajadores y ciudadanos de la revolución, ni a los que no simpatizan con ella. Lejos de utilizar recursos discursivos para atraer y conducir, el Che analiza las representaciones, las motivaciones, los intereses, los hábitos, los niveles de conciencia, la subjetividad predominante en diferentes grupos sociales que están participando en el proceso, o en personas que viven en el país. En sus memorias, siempre es agudo y nunca es despectivo cuando aborda a la gente humilde que sirve al enemigo. Esos materiales suyos son un notable ejemplo de un análisis de clase que parte de las personas, despojado de clichés prejuiciosos y dictámenes abstractos. Su objetivo es comprender para valorar y actuar, o para ayudar a otros a hacerlo.
Una permanente actividad educacional rige al desempeño intelectual y a las labores prácticas del Che, que no tiene como punto de partida la creencia en que existe una naturaleza humana dada previamente y para siempre, a la cual habría que atenerse y que sólo puede ser conocida. “Para cambiar de manera de pensar –dice- hay que sufrir profundos cambios interiores y asistir a profundos cambios exteriores, sobre todo sociales” (7). La tarea principal, plantea, es la creación de los medios de transformación y mejoramiento humano: “haremos el hombre del siglo XXI, nosotros mismos” (8). Esa educación comienza desde que seres humanos entran en revolución, y debe ser cada vez más capaz de multiplicarse, conformar un complejo que vaya desde la coerción hasta la autoeducación, profundizarse y tender a convertirse en una nueva naturaleza (9). Pero tampoco olvida nunca las enormes insuficiencias, los errores y las deformaciones generadas en el propio proceso, los cuales critica sin ambigüedades y sin descanso (10).
En ese campo, como en otros, veo tanta profundidad en sus indicaciones, sus análisis puntuales y sus reproches, como en el contenido y la articulación de sus conceptos y en sus frases famosas. El Che es, en gran medida, el hombre de los cómo.
El Che produjo una teoría compleja y audaz de la transición socialista, que no pudo desplegar totalmente en el tiempo de que dispuso, y que era tan contrarrestada por “lo existente” que no encontró después una opción práctica de continuar y desarrollarse.
La concepción que expuso en El socialismo y el hombre en Cuba propone que el contenido de la transición socialista es un proceso cuyo objetivo es derrotar y destruir el modo de producción y de vida del capitalismo, el mundo basado en la conversión de todo en mercancía y en el afán de lucro y de poder. La vía acertada y factible para lograrlo, plantea, es el poder popular revolucionario puesto al servicio de transitar de manera intencionada y planeada hacia redes de relaciones entre los individuos, las comunidades, el poder estatal, los centros laborales y la sociedad, redes fundadas en la combinación de las fuerzas, los instrumentos, las capacidades, la organización y hasta los elementos y las creencias previas que puedan ser útiles, todo integrado bajo una dirección general comunista. Se debe desarrollar un complejo de medios y vehículos con esos fines, y fomentar nuevas relaciones sociales e instituciones socialistas, que asuman los lugares y las funciones primordiales en la sociedad y sirvan como cemento cohesionador y como instrumentos de los cambios de todos y de cada uno.
El Che sabe que ningún desarrollo del capitalismo propicia una evolución hacia el socialismo, y que la sociedad mercantil, por más avanzada y próspera que llegue a ser, no irá jamás hacia el socialismo. A la nueva sociedad habrá que crearla. El mundo que es imprescindible ir abatiendo es el del predominio del egoísmo, el que reconoce a la oposición entre los intereses individuales como la palanca principal del sistema social, el del afán de lucro y los poderes de grupos sobre la sociedad. Un mundo que es capaz de rehacerse y hacerse fuerte dentro de los procesos que han partido hacia el socialismo. Para el Che, el poder no es más que un instrumento privilegiado del proyecto de liberación.
El poder revolucionario sobre la economía, la política y la ideología es fundamental, y es necesario para enfrentar un triple reto: el poder del capitalismo, que va desde su enorme fuerza material y sus controles a escala mundial hasta su vigoroso complejo cultural, que es capaz de recuperar los modos de vida y las mentes que un día fueron rebeldes; la mercantilización y el subdesarrollo que padecen las sociedades en transición socialista, y sus combinaciones; y las nuevas realidades que hay que crear. La vanguardia política, basada en la ejemplaridad, la unión de ideas y voluntades, la organización y la disciplina, debe lograr los difíciles objetivos de dirigir, guiar, educar, prefigurar los pasos sucesivos que se alcanzarán y proyectar la transición socialista. Pero sólo cumplirá esos fines si se compenetra con la situación del pueblo, sus intereses y sus aspiraciones, su concepción del mundo y de la vida; si comparte los rigores de su vida cotidiana; si no teme interactuar con el pueblo, aprender de él y sacarle provecho a sus saberes. Y sobre todo si el pueblo participa cada vez más en el poder real. El Che no deja lugar para el mito de una falange infalible, para la sustitución del poder de las clases que habían sido dominadas en el capitalismo por el poder de un grupo ejercido en nombre del socialismo, ni para el predominio de ideologías que disfracen la dominación.
La economía debe ser gobernada por el poder revolucionario y el proyecto de liberación total. Para el Che, el plan es un producto de la conciencia que está organizada y que tiene poder, que conoce en cierto grado los límites de la voluntad, los datos de la realidad y las fuerzas que operan a favor y en contra. El plan no es solo un diagnóstico de la economía y una previsión de su comportamiento futuro: “para eso no es necesario el pueblo”, dice. El plan será socialista si a través de él las masas tienen “la posibilidad de dirigir sus destinos”. Se debe combinar la centralización con las iniciativas, y desarrollar un proceso de descentralización progresiva, participación masiva en la dirección y acción política organizada y concretada contra el burocratismo. Los avances del nuevo modo de vivir diferente y opuesto al del capitalismo irán creando un cambio cultural radical que abarque desde las relaciones económicas hasta cambios muy íntimos del individuo y sus relaciones interpersonales. La sociedad debe volverse capaz de trabajar de manera cotidiana y eficaz en esa dirección, con plan y con rigor técnico; el sistema debe combatir sus propias tendencias contrarias a la liberación; medir los avances y declarar con valentía los retrocesos. Eso es lo que reivindica el Che al escribir “convertirse en una gigantesca escuela”, y esa es la experiencia que condujo en aquellos años mediante sus prácticas como ministro y como dirigente.
Por último, rescato la advertencia del Che, que alaba la relación carismática que multiplica las fuerzas populares y permite avanzar con celeridad, pero pide que se vaya formando una institucionalidad revolucionaria, garantía de conservación de los logros del proceso y de los derechos individuales y sociales, y que sea a la vez una enemiga jurada de la burocratización. El pensamiento y las prácticas del Che contienen una enorme cantidad de abordajes concretos y de ideas más generales acerca de estas cuestiones.
El Che es una expresión viva de la herejía cubana: una revolución comunista de liberación nacional, internacionalista de verdad, no como un ropaje de la razón de Estado, ejemplo de universalización real de los ideales de Marx, Engels y Lenin, al mismo tiempo que del pensamiento y los ideales de Martí. Una vanguardia insurrecta del mundo que fue colonizado y neocolonizado. Está claro que nada de eso puede ser confundido con lo que llegó a llamarse “socialismo realmente existente”, como pidiendo disculpas por no parecerse a la gran Revolución de Octubre o haber abandonado sus ideales y su camino. Pero más allá de las críticas tan profundas que pueden encontrarse en el pensamiento del Che a lo que hoy forma parte del pasado del socialismo, está en pie el venero extraordinario de sus ideas acerca de la creación de personas nuevas, del proceso de transición socialista, de los cómo para lograr tantas transformaciones y creaciones, y del proyecto como guía y rector del proceso revolucionario.
El Che, que era profundamente marxista, escribió: “frente a la realidad de hoy, El Estado y la revolución es la fuente teórico-práctica más clara y fecunda de la literatura marxista”. Pero estudió a fondo las situaciones y los dilemas tremendos que confrontó Lenin, y también estudió la historia soviética. Dedicó una gran parte de su trabajo teórico y sus experiencias prácticas a los problemas del poder revolucionario. Subrayó la distinción fundamental que existe entre el poder y el Estado, defendió la necesidad inexcusable de un poder muy fuerte, pero explicó también que el socialismo sustituye la lucha viva de las clases por el poder del Estado revolucionario sobre la sociedad en nombre del pueblo. Reclamó que el poder revolucionario sea siempre un puesto de mando sobre la economía, pero no un poder burocrático y arbitrario, ni los híbridos de ordenanzas y dinero que tienden a la formación de estratos sociales dispersos defensores de sus intereses sectoriales, y marchan hacia un capitalismo de Estado.
Che promovió el control central como necesidad, y la descentralización como premio a las unidades eficientes y como la vía socialista. Un poder tan fuerte, planteó, no puede gobernarse solo: el mismo poder debe trabajar porque exista un control popular creciente sobre la política y la economía, una educación socialista de los trabajadores y el pueblo que sea preparatoria para el autogobierno, una moral revolucionaria que se generalice, una ética y una política comunistas que rijan a la vanguardia. Todos los factores, articulados, deben trabajar efectivamente con las realidades inmensas que operan contra el desarrollo del socialismo y con las que están a su favor, precisamente porque se trata de una transición, y porque ella es socialista.
La mayor tragedia del socialismo hasta hoy es que no ha podido acumular fuerzas culturales suficientes a su favor, eficaces y atractivas en la lucha contra el capitalismo, y sobre todo para el combate por las transformaciones liberadoras de las personas, de las relaciones interpersonales y sociales y de la naturaleza y las funciones de sus propias instituciones socialistas. Mientras, el capitalismo ha llegado a un callejón sin salida, por su propia naturaleza actual, que es excluyente para las mayorías, parasitaria en economía, colonialista, antidemocrática, militarista agresiva y depredadora del medio. Pero el capitalismo le saca un inmenso provecho al modelo cultural a escala mundial que desarrolló y a las enormes fuerzas y conocimientos con los que cuenta. Con ellos les hace a todos los pueblos, incluido el nuestro, una formidable guerra cultural mediante la cual aspira a convertirse en el controlador de todo horizonte de vida cotidiana, de realización personal y de convivencia.
Sería inconcebible interesarse, estudiar y exponer el pensamiento del Che acerca del socialismo sin estar pendiente ni tener criterios sobre la coyuntura y los dilemas actuales de nuestra patria. Por eso trato de llamar la atención sobre el provecho que puede sacarse al pensamiento del Che para encarar la situación, los caminos y el futuro de Cuba.
Nuestro país está desempeñando un papel muy notable en la nueva etapa que se ha abierto en América Latina, y puede hacerlo por la grandeza de la revolución que supo resistir impávida sin ceder sus principios, formar un pueblo con cualidades, capacidades y conciencia política incomparablemente superiores a sus medios materiales, y cambiar la vida y la sociedad en sentido de liberaciones, bienestar y dignidad a un grado que nadie ha logrado en América. El ejemplo que ha dado a los pueblos colonizados y oprimidos del mundo es excepcional, y su prestigio le da un lugar privilegiado de potencia moral, pero también cuenta con fuerzas palpables que son capaces de actuar a favor de los humildes de manera eficaz, y a favor de las alianzas de revolucionarios y las concertaciones de quienes reclaman autodeterminación para sus países y avances en la distribución de la riqueza social para sus pueblos.
El momento de la economía cubana es sumamente difícil, los cubanos estamos conscientes de ello y el gobierno revolucionario da pasos paulatinos de enfrentamiento de los problemas, intentando, al mismo tiempo, preservar el valor supremo de la conservación del carácter socialista del proceso. El compañero Raúl ha reiterado la necesidad de que la población opine libremente y se contrapongan criterios, para encontrar los mejores caminos y obtener el consenso imprescindible para que la participación de un pueblo revolucionario garantice la multiplicación de esfuerzos, la inventiva e incluso los sacrificios, y organice y viabilice la fuerza necesaria para vencer los obstáculos y triunfar. Pero hay demasiados defectos acumulados que cierran el paso a la satisfacción de esa necesidad. La materia misma del problema está pidiendo cambios en el sentido de la concepción revolucionaria socialista.
Ante las duras carencias de recursos materiales, resulta meridianamente claro que el factor subjetivo tiene que ser el determinante en la transición socialista cubana. Sería criminal no utilizar el inmenso potencial que el país ha acumulado en el campo del conocimiento, la politización, el manejo de las técnicas y la conciencia. El número y la calidad de personas capaces y conscientes es superior a los demás datos de recursos, pero su utilización constituye sólo una fracción de lo esperable: trabas enormes y muchas veces absurdas lo impiden. Si conseguimos viabilizar la utilización de nuestras fuerzas, podríamos aumentar sensiblemente la producción, los servicios, la eficiencia, el buen gobierno, la resolución de los problemas, el enfrentamiento de las carencias, y optimizar el empleo de los recursos con que contamos.
No es necesario ningún recurso material para ser solidario y ser fraterno, para aprender a no vivir del esfuerzo ajeno o de espaldas a lo que el país necesita. Exigir laboriosidad y retribuir el trabajo son dos tareas que pueden hacerse desde posiciones muy diferentes, incluso opuestas. El capitalismo ha experimentado todos los usos de la coacción y el dinero para lograrlo, y todas sus combinaciones. La transición socialista –y eso se entiende muy bien en El socialismo y el hombre en Cuba- tiene otros puntos de partida para hacer cumplir esas exigencias. El socialismo utiliza el salario y algunas otras categorías provenientes del capitalismo, pero no se somete a ellas. Y jamás puede hacerlo separándolas del mando del poder popular revolucionario sobre la economía.
Los aprendizajes del mundo del trabajo tienen que articularse íntimamente con los de la educación de los niños y los jóvenes, con la formación moral –por ejemplo, para qué trabajar, por qué debemos servir a los demás como nos sirven a nosotros-, con un trabajo de los medios de comunicación social que realmente esté a favor de la formación socialista y preste servicio al pueblo, con un medio político que sea vehículo de la participación popular, una unión de gobierno y servicio, un lugar donde sean bienvenidas las iniciativas y las creaciones. La economía es demasiado importante para que el pueblo no participe decisivamente en sus decisiones. Las invenciones democráticas que el Che pedía no urgían entonces; a nosotros sí nos urgen.
Y entre tantas riquezas que sí poseemos, está el Che. El Che puede ayudar a unirnos, no alrededor de cualquier sucedáneo fugaz o peligroso, sino en la revolución socialista y tras sus objetivos más trascendentes, porque él es amado por todos y al mismo tiempo es inconfundible, porque puede ofrecernos una guía espiritual frente a las pruebas tremendas que van a venir.
25 de octubre de 2011

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